Fuente fotografía: Visión Federal
Argumentario 133
La progresía en 24 horas vuelve a retratarse
Ser progresista en España es atacar al Tribunal Constitucional porque no avala como estado de alarma lo que considera debía ser de excepción y defender el régimen castrista negando que sea una dictadura en plena represión al pueblo cubano.
Ser progresista es justificar los indultos a los golpistas y permitir que las multas impuestas por el Tribunal de Cuentas las pague la administración
Ser progresista es equiparar en el tiempo el dolor de las víctimas de ETA con sus asesinos, recordándolas a
la vez que acercan a los presos a sus casas
Ser progresista es no criticar el caos con la tarifa eléctrica, el descontrol de la gestión de la quinta ola de la pandemia, el desastre con Marruecos, la crisis de los menores inmigrantes en Ceuta, la deuda desbocada porque gobierna la izquierda.
El progresista tiene una única convicción, defender lo que la izquierda haga por encima de cualquier consideración o resultado. Y un compromiso, hacer todo aquello que convenga a la izquierda. De ahí no sale.
A partir de ese inmovilísmo se recrea una pose, se fabrica un relato y se construye una fábula.
El progresista detesta la libertad y lo transcendente. Son conceptos de tal amplitud que le abruma. Prefiere el plato precocinado de una única forma de ver el arte, la cultura, la política, la economía y la sociedad. En la ficticia diversidad de comportamiento en el progresismo siempre hay un denominador común, aversión por lo obvio. Su confort está en la entelequia que les defiende de cualquier idea que signifique compromiso, esfuerzo y bien común.
La progresía en un mismo día ataca al Tribunal que garantiza las libertades del pueblo español y defiende la represión comunista del régimen castrista al pueblo cubano.
Porque interesa a la izquierda. Y la izquierda está por encima de los intereses de las personas.